sábado, 1 de diciembre de 2012

¿Quién eres tú y qué haces en mi mente?



Bienvenida a mi mundo. Verás algunos monstruos por los pasillos, procura no asustarlos, se enamoran al primer suspiro.

Te dije.

Dime dónde has estado. Cuéntame en pétalos tu alegría.
Hazme reir.
Tengo cerveza, siéntate o quítate la ropa. Pero ponte cómoda.
No voy a dejar que te marches.
Hace demasiado frío como para dormir con ropa,
y esto es ya una guerra contra los pijamas.

Ok. Me dijiste como quien acepta un reto.
Sonriendo.
Mirándome la bragueta.

Así que nos hicimos de cosquillas
y de adioses, como si tuviéramos en propiedad la noche
y la poesía.
O alquilada mejor, porque nunca nos gustó ser dueños de nada.
Mucho menos de nadie.

Te pusiste a bailar desnuda para dejarme con la boca abierta. Y mucha sed.
Que era como me querías.

Y te acercaste como si fueras música.
Sobre mí.
Para que te tocara.

Como un dedo deslizándose con timidez e increcendo
por las teclas de una piano
de cola
o como un refugio de notas heridas en la cuerda floja
donde estábamos los dos.

Asfixiados y excitantes,
como el sudor y la rebeldía.

Nos reconocimos al recordarnos, o tal vez al revés,
nos emborrachamos y dejamos que la piel hablara su propio idioma

y nos contamos tantas cosas

y nos hicimos tantas otras que por la mañana
la humedad en el colchón era un mapa
con la palabra AHORA
como única ley de nuestro nuevo mundo.

Sudabas.
Y estabas preciosa.

Así que te volví a comer
a modo de desayuno.

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